Razas caninas auxiliares de la caza menor
A lo largo del tiempo, el desarrollo de las sociedades humanas, la industrialización y tecnificación de agricultura y ganadería, así como la degradación galopante de las áreas naturales, ha convertido la caza en un deporte o una diversión que, sin embargo provoca en el hombre un sentimiento de triunfo sobre las fuerzas naturales, como en los tiempos paleolíticos, cuando el cobro de las piezas significaba algo tan importante como la pura supervivencia.
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El perro fue adaptando su morfología y estructura a las funciones que sus amos le encomendaron y, por ende, los canes cazadores se fueron especializando hasta que la aparición y uso común de las armas de fuego origina una auténtica revolución en el mundo cinegético. Cualquier presa, antes inaccesible, se sitúa a ‘tiro’ a largas distancias.
Adiestramiento específico de canes de muestra
Las variedades caninas más empleadas para señalar al cazador la presencia del ave escondida entre las hierbas o matojos, suelen ser aptas también para efectuar la recogida del animal abatido y llevarlo a manos de su dueño, pero esta es otra especialización totalmente distinta a pesar de que frecuentemente se aúnen en el mismo perro.
Desde muy jóvenes, casi cachorros, los pequeños cazadores irracionales deben ejercitar su olfato, sentido imprescindible en la propia naturaleza. Cuando captan ‘dos vientos’ de la eventual presa quedan inmóviles con la cabeza apuntando al lugar que albergue al animal silvestre y, según las razas, con una mano ‘levantada’ y la cola rígida horizontal. Estas posturas, lamadas con mayor propiedad ‘muestras’, son algo innato en los canes que, de forma espontánea, reaccionan ante el estímulo olfatorio. Esta facultad puede pulirse, desarrollarse y fomentarse hasta límites ciertamente asombrosos.
La predisposición natural hacia la muestra ha de ser lógicamente potenciada, sucesiva y pacientemente. Los perros muy ‘finos’ son capaces de sentir la presencia de las bestezuelas silvestres a distancias considerables, así como detectar pequeños roedores o pajarillos que no son objeto de las ansias cinegéticas del deportista.
El adiestramiento puede comenzar en fincas de ‘caza artificial’, soltando animales ‘de granja’ y observando las reacciones del can hasta que éste fija la estampa inmóvil a la distancia correcta y de manera diferenciada, incluso, según la especie de la pieza.
El trabajo de campo
Conseguidas, aunque no excesivamente pulidas, las posturas de denuncia de la pieza se impone la salida a la naturaleza y los primeros pasos de la verdadera tarea de estos fieles amigos. Casi todos los ejemplares jovenes, poco ‘fogueados’, tlenden a alejarse excesivamente de su amo que no podrá observar la muestra, permitiendo así la huida del animal acosado. Mediante una correa extensible atada a un collar corredizo se obligará al fogoso perro a mantenerse a la distancia adecuada, incitando al mismo tiempo al cachorro a batir la zona de terreno más adecuada. Este es quizá el objetivo más difícil de hacer comprender a los canes mediante señas con la mano: la anchura de la banda que debe cubrir en zigzag, a velocidad moderada, que permita al amo pasear cómodamente y no agote al propio animal.
El ejercicio continuo, pero suave y progresivo antes de la prueba de fuego, puede ir corrigiendo paulatinamente los pequeños defectos y ayudará a compenetrar hombre y perro en la singular aventura de la caza a mano.