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Felinofilia

Poseer un gato

Cualquier persona sensible, aun sin ser aficionada a los animales, no puede por menos de sentirse atraída por los movimientos y evoluciones de los felinos. Estos carnivoros cazadores, que se distribuyen por casi todo el mundo, a excepción del continente australiano, donde fueron introducidas razas domésticas, han sido popularizados gracias a la especie Felis catus, a través de las numerosas variedades que hoy día integran el conjunto de los gatos domésticos.

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En primer lugar, la adaptabilidad de estos animalitos a cualquier ambiente, así como sus escasas necesidades de espacio y la economía de sus exigencias, unido a la fascinación que la belleza de sus formas y el magnetismo de su comportamiento provoca en sus propietarios, ha posibilitado la popularidad estable de esta especie. Como auxiliar del hombre pudo tener un papel importante en el control de ratas, ratones y otros roedores, de forma que las epidemias de peste y otras enfermedades similares parecen sufrir brotes importantes después de campañas enconadas e irracionales en contra de estos animalitos, considerados por diferentes culturas animales sagrados o, por el contrario, representaciones diabólicas relacionadas con las prácticas de brujeria y satanismo.

Nunca indiferencia, el gato puede suscitar simpatia o aversión en grados más o menos intensos, pero siempre apasionando el ánimo a favor o en contra de su consideración como animal de compañía. Las facultades físicas de los gatos, a los que se han atribuido poderes sobrenaturales, son de una agudeza excepcional en condiciones normales y sus hábitos de cazador han propiciado aun más el desarrollo de los sentidos más necesarios para el felino.

Respecto al egoísmo de los gatos, mucho se ha especulado con ejemplos supuestamente demostrativos de su desafección por los amos, así como en apoyo de la teoría contraria, que aboga por el amor que llegan a demostrar por las personas queridas. En nuestra opinión ambas teorías son ciertas y erróneas en parte, ya que exceptuando en líneas generales a los perros, el resto de animales se adaptan a convivir con el
hombre sin sentir un ‘cariño’ profundo por su cuidador.

Unicamente responden a determinados estímulos que les aportan los reflejos condicionados. La comida cotidiana, el reposo en un rincón tranquilo y cómodo, la caricia lúdica, etc., se asocian con un entorno determinado, con el hogar del amo, y eso es todo.

La defensa de la casa, el despertar al cuidador si hay un escape de gas o un incendio responden a impulsos primarios que conducen al animalito a buscar protección ante algo a lo que no saben enfrentarse, y recurren, en el mejor de los casos, al ser que en su panorámica es capaz de hacer
aparecer comida sobre un plato vacio sin necesidad de cazarla, o que mantienen limpio y sin olores el cajoncito higiénico, además de calentar la sala de estar durante las frías tardes invernales. En principio es así de simple y poco romántico, pero el antropocentrismo humano inevitablemente concede simpatías o antipatías a comportamientos instintivos heredados en los animales o adquiridos a través de entrenamientos.

La sexualidad del gato puede ser el único impedimento serio para frenar la intención de cuidar un minino en nuestra casa, pero actualmente la cirugía veterinaria asegura la castración indolora y sin consecuencias, que nos permita abordar la inolvidable senda de la felinofilia.