Algo más que la enseñanza previa
Casi todos los aficionados al mundo canino, poseedores de perros, consideran que para compartir vivienda y vivencias con su peludo compañero en el ámbito urbano del piso más o menos amplio de la ciudad moderna, es suficiente con educar al animalito para que no destroce los muebles o las alfombras y evacue sus necesidades fisiológicas en la calle durante los cortos paseos cotidianos.
Por supuesto, este paso primario es esencial, pero no supone, en absoluto, nada en cuanto a un verdadero adiestramiento que convierta al perro en huésped pulcro, agradable e inteligente, capaz de mostrarnos sus mejores cualidades sin tener que sufrir molestias innecesarias.
El ladrido, los quejidos estentóreos y los ruidos excesivos son tal vez uno de los factores condicionantes de la aversión, e incluso prohibición, por parte de los vecinos de una casa de comunidad a la tenencia de perros en otras viviendas.
Además, estas manifestaciones estentóreas suelen producirse en ausencia del amo, que no puede comprender las protestas de las personas que viven en las proximidades por los ladridos nunca emitidos en su presencia.
La paciencia, y en todo caso, la compañía serán suficientes para habituar progresivamente al can a permanecer tranquilo en la convicción de que su amo
regresará oportunamente.
Otra faceta poco cuidada por el dueño medio de algún perro es el comportamiento del animal frente a las visitas que se reciben en la vivienda.
Los ladridos de aviso o recibimiento son perfectamente asumibles e incluso deseables, pero ante un visitante, los animales no educados pueden adoptar, en general, dos posturas distintas y opuestas.
La actitud amistosa se expresa saltando y lamiendo al recién llegado que en ocasiones no es amante de los animales y siente cierta repugnancia o, en el mejor de los casos en que acepte las carantoñas del animal, puede sufrir algún arañazo involuntario o desperfectos en el ropaje.
Además, si el perro es de gran tamaño y peso puede hacer peligrar el equilibrio de las personas que son recibidas. La reacción contraria demostrando hostilidad, resulta francamente desagradable y puede comprometer una amistad.
Para lograr el equilibrio entre la afectividad y la educación por parte del can, hemos de efectuar una enseñanza estricta de obediencia con auxilio, en principio, de la correa manteniendo el perro a nuestra izquierda y pisando suavemente sus pies traseros si intenta abalanzarse a festejar a la vista, al mismo tiempo que se da un suave tirón de traílla acompañada de una voz firmemente negativa, pero no estridente: un ‘NO’ tajante suele ser definitivo tras la repetición habitual del hecho al abrir la puerta.
Las reacciones agresivas, a veces justificadas, son normalmente comunes en las razas de guarderia y defensa, pudiendo ser controladas tras un adiestramiento básico en esas disciplinas.
Podemos optar por encerrar al animal o mantenerlo en obediencia a nuestro lado, hasta que comprenda por nuestro comportamiento ante la persona extraña si ésta es amiga y bien recibida, o por el contrario sea necesario mantener una cierta vigilancia.
La invasión de tresillos y butacones que el perro considera de ‘su propiedad’ debe cortarse desde los primeros intentos que el cachorro efectúa como para saber hasta dónde puede llegar en la escala jerárquica doméstica.
Un perro educado no es un animal de circo, ni un ser infeliz, sino un compañero agradable y poco conflictivo que nos permitirá relacionarnos sin problemas con amigos o familiares.