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El Gato y El Hombre

El gato y el hombre

Animal enigmático, considerado sagrado o maldito por diferentes civilizaciones o en distintas épocas, la fascinación que produce su contemplación tiene algo de esotérico y misterioso. Este pequeño representante de la familia de los félidos, ha estado unido a la historia del hombre con un carisma totalmente distinto al del perro. A diferencia de éste, el gato no ha perdido su identidad de animal semisalvaje, su independencia, y su absoluto desprecio a todo lo que no satisfaga su instinto. El perro abandonado sufre más por falta de afecto que por carencia de alimentos o de hogar, sin embargo, el gato no sólo no necesita al amo, sino que se acerca al hombre para aprovechar lo que su anfitrión puede ofrecerle: comida, calor, etc.

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La belleza del gato, aparte de sus cualidades de felino, se encuentra en su libertario comportamiento. Nunca se doblegará, si no le place, al capricho de su dueño; sólo se acercará a frotarse con su cuidador cuando a él le apetezca y no por exteriorizar afecto, sino por pura voluptuosidad. Es capaz de vivir al margen del hogar y completamente autosuficiente en cuanto a la alimentación en un medio rural o urbano primario e incluso en las grandes megalópolis es capaz de sobrevivir de restos, desperdicios y caza de gorriones y otras avecillas.

Los orí­genes del gato doméstico son también oscuros y controvertidos atribuyéndose a cruces o adaptaciones del gato montes Felis silvestris y del gato libio Felis lybica. Las momias de gatos faraónicos, encontradas en Egipto y que datan de perí­odos históricos muy diferentes, así­ como las representaciones pictóricas y escultóricas egipcias, permiten situar el origen del gato doméstico unos 2000 años a. de C. y por supuesto en el valle del Nilo. Las atribuciones mágicas y religiosas y las connotaciones mitológicas que envolvieron los orí­genes del gato, fueron mucho más tarde, durante la Edad Media, trocadas en alusiones demoniacas y malignas hasta tal punto que, las persecuciones a que se hizo acreedor, parece ser que influyeron en el aumento de las poblaciones de ratas y en las subsiguientes epidemias de peste ocurridas en el Medievo.

Las distintas razas de gatos que existen son debidas a la selección artificial realizada por el hombre, pero es curioso comprobar que no son tan polimorfas ni diversificadas como las del perro ni, por supuesto, tan numerosas como las de éste.

El comportamiento del gato es inherente a la especie y no se determina con fijeza según las razas a diferencia de lo que ocurre con el perro, solamente algunas razas de gatos que conllevan defectos fí­sicos, sordera por ejemplo, presentan pautas diferenciables imputables lógicamente al defecto que deben superar y no a la pertenencia a una raza determinada.

Como cazador que es, el gato gusta del acecho y captura de las presas más comúnes: pajarillos, roedores, lagartijas, etc., aunque adaptado perfectamente a la vida diurna, sus hábitos son preferentemente crespusculares o nocturnos, mientras que durante las horas del dí­a, dormita y observa hieráticamente el mundo que le rodea.

Un gato que goce de semilibertad puede, por bien tratado que esté, abandonar el hogar de su propietano e instalarse en el del vecino si allí­ es alimentado y no hostigado.

Estas peculiaridades del gato le hacen querido o despreciado por el hombre, pero siempre respetado por su eficacia como controlador de ratones, ratas y otros roedores indeseables.

El gato, siempre con su idiosincrasia controvertida y su magnetismo particular, constituye uno de los más atractivos animales domésticos.