Picamaderos
La familia picidos, del orden Piciformes está compuesta por aves de tamaño mediano-pequeño, que se caracterizan por tener pico largo, poderoso, terminado en punta, perfectamente unido a la estructura ósea del cráneo y que puede perforar, en general, la corteza de los árboles, actuando como una taladradora de percusión. Por otra parte, la lengua de muchas de estas aves puede extenderse a voluntad, hasta superar largamente la longitud del pico, lo que permite a las aves explorar el interior de las cavidades de la madera muerta, en busca de los insectos xilófagos que les sirven de alimento. La única excepción euroasiática a los hábitos perforadores de la familia está constituida por el torcecuello Jynx torquilla, impenitente insectívoro, de curioso plumaje pardo violáceo y vuelo perezoso. El pito real o pito verde, Picus viridis; el pito negro, Dryocopus martius, así como los llamados pico menor, Dendrocopos minor y picapinos, DendroCopos major son especies frecuentes en Europa, y más concretamente en la Península Ibérica, cuyo mantenimiento en cautividad solamente exige una importantísima servidumbre, dictada por el regimen alimenticio de estas aves.
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Dependiendo de las especies, la dieta puede considerarse básicamente insectívora e incluso especializada, en ocasiones, en la depredación de hormigas. Otros insectos, como orugas, polillas larvas de escarabajos xilófagos, e íncluso invertebrados distintos: gusanos, lombrices, moluscos, arácnidos pueden completar el menú, que ocasionalmente se torna frugívoro al consumir frutillos, bayas o semillas. Teóricamente, grandes jaulones exteriores situados en áreas de clima templádo-continental, bien dotados de árboles viejos, pueden acoger una pareja de estas aves, pero la ingente cantidad de alimento vivo que precisan suele hacer fracasar los intentos más entusiastas respecto al mantenimiento de estas piciformes.
Como en otros casos parecidos, el ideal consistirá en crear rincones atractivos a los individuos de cada especie, que pueden incluso ‘cebarse’ artificialmente con comederos apropiados, de forma que además ofrezcan alojamientos adecuados para la nidificación.
La tranquilidad, ausencia de ruidos, en definitiva la sensación de ‘seguridad’ de nuestros eventuales visitantes, será fundamental para inducirles a establecerse en lugares silvestres. Ha de preverse también el alejamiento de especies antagonistas o intimidadoras, como ciertas rapaces y algunas estrigiformes, en cuya vecindad los picamaderos difícilmente se establecen.
Los nidos, generalmente construidos sobre los propios troncos de las masas arbóreas mixtas, caducifolias o de coníferas, según los casos, son iniciados a buena altura sobre el suelo, por lo que una observación científica podrá exigir la construcción de una plataforma camuflada en otro árbol contiguo desde el cual pueden seguirse las evoluciones de tan bonitas aves.
El buen trato, la distribución periódica en los mismos lugares de comida, que puede incluso consistir en una pasta universal para insectívoros, así como en masas de larvas de mosca del vinagre o ninfas de hormiga, que se ofrecen en cantidades nunca excesivas, llega a operar auténticos milagros, amansando especies tradicionalmente esquivas. Durante el invierno la escasez y dificultad en la búsqueda de los insectos rinde más fácil la aceptación de comederos que se rellenarán periódicamente para estimular las visitas continuas de los picos, cuya natural cautela puede vencerse a base de paciencia y dedicación.