Disciplina progresiva
A partir de los cinco o seis meses de edad de los perros debe comenzarse muy suavemente una etapa en la que el animalito pueda comprender nuestros deseos y además se habitúe a refrenar ciertos impulsos instintivos. Su temperamento de cachorro puede ser más fácilmente moldeado durante esta época en la mayoría de los casos. Damos por supuesto que el perro vive con nosotros desde los dos o tres meses de edad y ya ha superado las fases previas imprescindibles para la convivencia. Si no fuera así, hemos de ensenarle en primer lugar a realizar sus necesidades fisiológicas en los lugares adecuados, mejor a las horas correspondientes a los frecuentes paseos o salidas fuera de su ‘territorio’ o recinto en el que viva.
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El paseo es una de las primeras aulas del joven can. La posibilidad de jugar, correr y desfogarse al aire libre es el aliciente con que motivar ciertas lecciones elementales cuyo escenario ha de ser lo más amplio y solitario posible, lejos de vías urbanas o carreteras en donde nuestro perro pudiera sufrir un accidente o, en el mejor de los casos, un susto considerable.
Obediencia a la llamada
Tendencia a la huida, absoluta indiferencia a la voz de sus amos o distracción permanente son los defectos menos recomendables, para cualquier perro, que deben ser corregidos con paciencia, tenacidad y la edad más temprana posible. La orden de llamada, siempre la misma, podrá ser efectuada anteponiendo a la palabra ‘llave’ el nombre del animal en voz suave, pero enérgica que, lógicamente, ganará en intensidad cuanto más lejos esté nuestro can. El uso de un silbato ‘especial para perros’, cuya frecuencia no es audible para los seres humanos, puede ser alternativo o sustitutivo a la voz aunque nuestra preferencia particular no se inclina por el empleo exclusivo del silbato que despersonaliza la advertencia para aproximarse al dueño.
Al quitar la correa de sujección o liberar al animal, es perfectamente lógico que éste comience a correr alocada y rápidamente como disfrutando al máximo de esos instantes de libertad que tan necesarios son para su perfecto equilibrio. Los jóvenes de cinco o seis meses, con más ganas de jugar, tienen la tendencia a no acudir a la llamada de sus propietarios e incluso escapar si estos se aproximan a ellos. En principio, el único fin del perro es la invitación al juego de la persecución,
pero nunca debemos perseguirle ni, lo que es peor, regañar o pegar al animalito cuando llegue a nuestro lado. Por el contrario, se le acaricia y halaga de forma que desee poco a poco volver a reencontrar a su patrón.
Si la tendencia a la huida es pertinaz habremos de recurrir al auxilio de dos o tres amigos que sigan al can, tras la negativa a venir con nosotros. De esta forma daremos media vuelta caminando de espaldas al ‘desobediente’. Si el perro no nos sigue y se ‘extravía’, siempre por supuesto bajo la atenta vigilancia de nuestros colaboradores es más que probable que intente buscarnos angustiado por la ‘soledad’ a que su comportamiento le ha conducido.
Otro método consiste en la sujección a una larga y resistente cuerda fina, procurando que no se enrede, de la que tiraremos brusca, pero cuidadosamente al advertir la negligencia al aviso. Acudir inmediatamente al requerimiento del cuidador es el primer escalón, absolutamente imprescindible en la enseñanza del perro y cuya ejecución perfecta podrá prolongarse como máximo hasta los ocho o nueve meses de edad.
Véase también: www.sologolden.com