Tamaño reducido y bravura exagerada
Desde muy antigüo, centenares de años antes de Cristo, se tienen referencias ciertas de perros de tamaño pequeño, con las patas cortas, que podían perseguir las alimañas en el interior de sus propias madrigueras y capturarlas en lucha franca. Otros relatos históricos de infatigables viajeros señalan razas más o menos protegidas, de similares características, aunque prácticamente todas tengan su cuna en las Islas Británicas, a excepción de algunos perros más ‘modernos’ llevados al rango de raza recocida en Alemania, Checoslovaquia, Australia o Estados Unidos. Sin embargo, no debemos olvidar los terrier tibetanos, que originaron una pléyade de variedades orientales y cuyas características morfológicas presentan unas peculiaridades diferenciales sensibles con sus ‘hermanos’ de occidente.
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Si la corpulencia e imponente aspecto del bull-terrier, por ejemplo, parece tener escasa relación con la figura enjuta del fox-terrier o la lujosa estampa del yorkshire, un nexo común se advierte en la firmeza, valentía e inquebrantable arrojo del temperamento, más o menos dulcificado, con las mezclas de sangre aportadas por las estirpes ajenas al grupo, que contribuyeron a la creación de las razas nacidas de orígenes distintos, con la finalidad convergente de auxiliar al hombre en la captura o la lucha con animales fieros y poderosos, así como en la desratización específica de granjas, viviendas, fábricas y
otros ambientes. Progresivamente se han obtenido ejemplares afables, limpios, muy aptos para la vida en familia, que sin perder su genio tradicional han suavizado la relativa ferocidad o destemplanza del carácter.
Excepción casi notoria es el caso del terrorífico bull-terrier, creado para enfrentarse con éxito ante los feroces toros, en los bárbaros espectáculos de luchas de animales, que proliferaron a comienzos del siglo XIX. Esta raza ha sufrido drásticas transformaciones que la han convertido en perfectos canes de guardería e incluso en animales de compañía. La versatilidad del perro como especie, así como la afición de los cinófilos han situado a casi todas las razas del grupo como compañeros ideales del hombre, que pueden compartir con él las reducidas dimensiones de un apartamento en una gran ciudad, pero que también se muestran excelentes guardianes y, ocasionalmente, denodados cazadores de genio vivo y poderosas mandíbulas. Algunos terrier, como el airedale, de gran corpulencia, pueden indistintamente ser animales de defensa tan eficaces como otros más tradicionales, entre los que se cuentan el bóxer, el dobermann o el pastor alemán, o implacables cazadores, que de forma casi suicida acorralan y sujetan a los feroces jabalíes europeos.
El fox-terrier, en sus modalidades de pelo liso y pelo duro, junto con el scottish y el west higland, merecen la simpatía y admiración de personas incluso ajenas a la afición por el mundo canino, popularizados, respectivamente, por una larga trayectoria de auxilio al hombre, o por la propaganda de ciertos productos de consumo que utilizaron sus láminas como etiqueta. Lo que muchos aficionados ignoran es que bajo la híspida afabilidad y gruñona simpatía de estos animales se ocultan mandíbulas aceradas, dotadas con desarrolladísimas dentaduras, y lo que es mucho más importante, un comportamiento
vivaz, alegre, de total dedicación a sus amos, con una valentía sorprendente en las confrontaciones con otros animales o con malhechores que intenten agredir a las personas queridas o violentar sus propiedades. Además, exceptuando las variedades mezcladas suelen ser resistentes.